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Entre identidades e invisibilidades: la construcción de un cuerpo deficiente


 

RESULTADO DE INVESTIGACIÓN: Proyecto de investigación: “Ni ángeles ni demonios: Discursos y representaciones de cuerpo y de sexualidad de personas con deficiencia en la Internet”- Maestría en Educación, CAPES Coordinación de Perfeccionamiento a Personas de Nivel Superior, fundación del Ministerio de Educación, Brasil - Pedagoga PPGEDU/ULBRA - Canoas/ Brasil - map.ez@terra.com.br

 

¿Identidades deficientes o diferentes?*


Este artículo constituye una parte de mi Propuesta de Disertación en Educación[1], en la cual busco hacer algunas problematizaciones referentes al cuerpo y a la sexualidad de las personas con deficiencia en los días actuales. Principalmente por percibir que existen cosas en nuestra sociedad que siempre fueron consideradas tabús, como es el caso de la sexualidad y de la deficiencia.


Hecho este que se torna un agravante cuando tales temas están articulados (tal como lo hago aquí), o sea, hablar del cuerpo y de la sexualidad de la persona con deficiencia. El simple hecho de que pensemos que una persona con deficiencia puede mantener relaciones sexuales o que ella tenga un cuerpo bonito y deseable, acostumbra ser algo incómodo, o inclusive abominable, para una gran parte de la sociedad.


Los estereotipos y las representaciones que son criados con relación a las personas con deficiencia insisten en demarcar la deficiencia (la enfermedad, el síndrome, la deformidad e la falta) y no la persona en sí. Siendo así le atribuimos a ellas representaciones que van desde la negación de su sexualidad (i.e., pasan a ser vistos como seres asexuados) hasta la hipersexualización. Se puede decir que en tales representaciones aparece el miedo y la desinformación de la sociedad al hablar sobre tal asunto. Para Pinel (1993), por ejemplo, Uno de los mitos más comunes es pensar que las personas deficientes son asexuadas. Esta idea generalmente surge a partir de una combinación entre la limitada definición de sexualidad y la noción de que el deficiente es neutro, no tiene las mismas necesidades, deseos y capacidades del no deficiente. (...) El mito opuesto, el del deficiente como alguien peligrosamente hipersexuado, es costumbre que aparezca explícitamente cuando se trata de los deficientes mentales. El miedo de que la información provoque una conducta promíscua por parte del deficiente no permite que las personas se den cuenta que la mayoría de las conductas inadecuadas es, en verdad, producto del aislamiento, de la segregación de los sexos y de la ignorancia sobre la sexualidad (p. 310).


Como es posible percibir en este relato, las personas con deficiencia no son “ni ángeles, ni demonios”. Estas representaciones, que se construyeron a lo largo de los tiempos en relación a ellas, están mucho más relacionadas a la falta de entendimiento que tenemos sobre el cuerpo y la sexualidad propiamente dicha que con las personas con deficiencia. Mismo que los tiempos sean otros, es posible notar como la sociedad contemporánea continua gerenciando los comportamientos de las personas con deficiencia, mismo que ellas no se den cuenta de eso. Este proceso ya se inicia en el momento en que los sujetos son rotulados como siendo deficientes (a veces, desde el momento del nacimiento, o después de algún tipo de accidente), lo que hace con que, además del nombre, cada uno asuma su identidad de deficiente. Una vez que las identidades, siempre son producidas, ellas marcan e interpelan los sujetos que se asumen o no como siendo deficientes. Todo esto con “el propósito” de mantener una “deseada” orden social. Tal orden, en las palabras de Bauman (1998), “significa un medio regular y estable para nuestros actos; un mundo en que las probabilidades de los acontecimientos no estén distribuidas al acaso, mas arregladas en una jerarquía estricta” (p. 15).


Estas identidades sólo pasan a ser determinadas después de un proceso de producción de las diferencias, que es siempre social y cultural. “La diferencia, y, por lo tanto, la identidad, no es un producto de la naturaleza: ella es producida en el interior de prácticas de significación, en que los significados son contestados, negociados, transformados” (Silva, 2001, p. 25). Estas diferentes identidades, sean ellas de género, raza, etnia, etc., no pueden ser concebidas como siendo algo listo/ definitivo, por lo contrario, ellas hacen parte, como nos coloca Woodward (2000, p. 11), de un proceso que pasa por constantes transformaciones, subjetivando los sujetos en determinados momentos históricos.


Tentar compreender los discursos que las personas accionan para representar o como representación de su cuerpo y de su sexualidad no es una tarea fácil. Ella se torna aún más difícil cuando se trata de discutir los discursos y representaciones en relación a las personas con deficiencia (en razón de las representaciones que circulan, frecuentemente negativas a este respecto). Eso porque ellas son vistas como personas al margen de la sociedad, a partir de la idea/ representación de que, aparentemente, son desposeidas de belleza física e incapaces de “tener” una sexualidad (o que parecen ser invisibles), o de ser hipersexualizadas, constituyéndose, así, en un peligro (moral) para la sociedad.


Esta acción discursiva al mismo tiempo en que instituye y produce representaciones de esa sexualidad, también instituye, a través de sus relaciones de poder, el nombramiento de los cuerpos que tendrán “derecho” de vivir la sexualidad, los cuerpos que podrán, en fin, ser deseados, cobizados, apreciados, etc. No podemos olvidarnos que existe, hoy, una mayor valorización y mismo un culto al cuerpo “ideal/perfecto” - parece que tener un cuerpo escultural y mantenerse joven, se tornó una “compulsión” de proporciones casi incontrolables.


Desde el final del siglo XX, con el avance de la medicina y las nuevas tecnologías para obtenerse un cuerpo “perfecto” hicieron con que este cuerpo prácticamente se transformara en una “máquina”. “Las posibilidades de transgredir categorías y fronteras sexuales, las articulaciones cuerpo-máquina a cada día desestabilizan antiguas certezas” (LOURO, 1999, p. 10). Siendo así, “todas estas transformaciones afectan, sin duda, las formas de vivir y de construir identidades de género y sexuales” (id. ibid.). Actualmente, y en los últimos años, los cuerpos y las sexualidades pasaron por transformaciones nunca antes pensadas. Muchos son, por ejemplo, los adeptos de las cirurgías plásticas, de la lipoaspiración, de las academias de gimnasia, de las fórmulas milagrosas para adelgazar o para adquirir músculos más proeminentes, etc., con el propósito de conseguir un dado patrón/ norma “ideal de belleza”. Y aquellos/as que no poseen este cuerpo tan “ideal/ perfecto”, explorado por los medios de comunicación, ¿Cómo son representados? ¿Ellos pueden ejercer su sexualidad y exibir sus cuerpos? ¿Será posible que ellos pueden ser atractivos, deseados o cobizados mismo no teniendo los cuerpos esculpidos por los patrones de belleza impuestos? ¿Existen nuevas posibilidades para estos cuerpos?


¿Nuevas posibilidades para los cuerpos?


Es con el surgimiento de la población en el siglo XVIII que las técnicas de poder que antes eran ejercidas única y exclusivamente sobre el cuerpo individual, empezaron entonces, a modificarse, pasando, ahora, a ser ejercidas sobre la población, o sea, aquello que pasa a ser entendido como siendo un “cuerpo social”. Foucault (2003) esclarece que “los gobiernos perciben que no tienen que lidar simplemente con sujetos, ni con un ‘pueblo’, sin embargo con una ‘población’, con sus fenómenos específicos y sus variables propias: natalidad, esperanza de vida, fecundidad, estado de salud (...)” (p. 28). Esta biopolítica pasa a interrelacionar la estructura de poder-saber y los elementos relacionandos a la vida de esta población.


El cuerpo biológico comienza, entonces, a hacer parte de los registros de la política: la vida atraviesa las fronteras en lo que se refiere al espacio del control del saber y de las operaciones del poder. El concepto de biopoder comienza a ser comprendido como una oposición al derecho de muerte, o sea, lo que importa y tiene sentido es el vivir más. Entendimiento en el cual el biopoder construye una dicha autoridad sobre los factores que pueden poner en riesgo esta población.


Si este saber-poder sobre el “cuerpo social” hizo con que tuviésemos una preocupación con lo que sucedía dentro de nuestro cuerpo físico (preocupación esta individual/solitaria/íntima), tal que cada sujeto se preocupaba con su higiene, estética, etc., sin que nadie necesitara saber de ello. Hoy, por lo contrario, esta preocupación se exterioriza, parece que es necesario que cada uno diga cómo está cuidando de su cuerpo, lo que se configura, tal como refiere Ortega (2002), en la valorización del cuerpo por el cuerpo, en aquello que él llama de bio-identidad. Si antes éramos discretos con relación a los cuidados y performance de nuestro cuerpo, esto parece no ser más necesario, lo importante es exibir a todos nuestra salud, nuestro cuerpo bien definido, nuestra belleza, etc. Y este cuerpo pasa a ser él mismo (lo que él muestra, presenta) nuestra propia identidad, o sea, la identidad del cuerpo que tenemos/que construimos/que cargamos.


Eso acontece en razón de aquello que podríamos llamar de biosociabilidad, que, de una forma amplia, “visa describir y analisar las nuevas formas de sociabilidad surgidas de la interacción del capital con las biotecnologías y la medicina” (Ortega, 2002, p. 153). En las prácticas de ascese inseridas en la biosociabilidad, el cuerpo y la comida pasan a asumir el lugar de destaque que antes era atribuido a la sexualidad, como las nuevas fuentes de ansiedades y patologías.


Lo que configuraría la biosociabilidad como siendo una manera de sociabilidad nopolítica organizada por corporaciones de “intereses privados, no más reunidos según criterios de agrupamiento tradicional como raza, clase (...), como acontecía en la biopolítica clásica, pero según criterios de salud, performances corporales, enfermedades específicas, longevidad etc” (id. ibid. p. 153-154).


En las concepciones contemporaneas, los discursos que circulan relacionados al riesgo (de vida, de enfermedades) serían los elementos basilares de la biosociabilidad. Tal que, “el individuo se constituye como autónomo y responsable a través de la interiorización del discurso del riesgo. Lo que induziría los sujetos a preocuparse más con sus hábitos diarios con relación a los cuidados con el cuerpo, y ahí se encuentra la alimentación y los ejercicios físicos como uno de los elementos preponderantes de este cuidado con el riesgo. Esas son prácticas que, muchas veces, son asociadas a ejercicios físicos más frecuentes, para que el cuerpo se mantenga siempre en forma y con una apariencia saludable. Y si todo esto no da el efecto deseado, existe la posibilidad de recurrirse a las más nuevas y avanzadas técnicas médicas (caso de las biotecnologías) con el propósito de alcanzarse tal “hazaña”. Cabe, aquí, traer las colocaciones de Ortega (2002), apoyadas en David Morris, cuando él coloca que:


La ideología de la salud y del cuerpo perfecto nos llevan a contemplar las enfermedades que retuercen la figura humana como sinónimo de fracaso personal. ‘Es una religión secular’, dice David Morris, ‘de la cual los deficientes y los desfigurados están, evidentemente, rigorosamente excluidos a no ser que estén dispuestos a representar el papel “ultrapasado” designado para ellos en los dramas baseados en la realidad como modelos valientes de ‘ajustamiento personal, esfuerzo y realización’ (p. 158).


Si, como coloca Morris, los grupos marginalizados/excluidos - y entre ellos están las personas con deficiencia, que necesitan en esta nueva orden social, ser saludables, joviales, productivos, autoconfiantes para ser aceptados - queda fácil entonces “comprender el surgimiento en los últimos años de grupos de adultosmayores, portadores de deficiencias, grupos de self care y movimientos de autoayuda, vistos como desafíos y resistencia a la medicalización (...)” (Ortega, 2002, p. 160). En la óptica de estos grupos no existiría más un concepto de enfermedad a ser tratada, pero sí, una deficiencia en el sentido de un déficit que debería ser compensado socialmente.


Fueron, en alguna medida, estos procesos sucesivos que se operaron en la sociedad contemporanea que posibilitaron a las personas con deficiencia salir del mundo de la invisibilidad en el cual se encontraban hasta hace poco tiempo atrás.


Ellas se tornaron visibles hoy, de modo que se torna posible vislumbrar las más variadas formas de presentación de sus cuerpos (no como un exibicionismo barato, como acontecía con los tontos de la corte). Hoy, esta visibilidad ciertamente está asociada a las nuevas posibilidades que la biomedicina, la biotecnología, la microeletrónica, la ingienería genética, entre otros, operaron en benefício de la salud de la población en general, pero que favorecieron (y mucho), a las personas con deficiencia. Para Tuchermann (1999), “en el siglo XX, la anunciada hibridización naturaleza-tecnología surge como una conquista y no más como el pecado cultural de la aproximación y mezcla de aquello que tiene diferente naturaleza”. Si antes nos quedabamos constrañeridos o horrorizados con esta posibilidad, en el siglo XX “vimos la seducción en los nuevos cuerpos que surgían como realización de la promesa tecnológica. Cada vez más la ciencia promovió la interacción de las máquinas a la natureza o, si queremos, del metal (o del silício) a la carne” (p. 154).


En los días actuales, las personas con deficiencia tienen a su disposición prótesis de brazos y manos con chips que favorecen a ellas una mayor mobilidad; piernas de titanio que, son más resistentes y leves, lo que hace con que ellas consigan una mejor adaptación a la prótesis (estas prótesis son muy utilizadas por los atletas paraolímpicos); sillas de ruedas adaptadas a las necesidades de las personas con deficiencia (sea ella para el uso diario, para participar de competiciones como jugar basquet-ball, participar de corrida, para danzar, etc.); aparatos auditivos tan pequeños que son casi imperceptibles; implantes cocleares; transplantes de corneas; entre tantas otras posibilidades que facilitaron (y mucho) la vida de aquellos que tienen condiciones financieras y quieren utilizarse de estos artifícios tecnológicos a su favor. No pretendo, aquí, hacer ninguna apología al uso de cualquier “cosa” que sea, pero atentar para el hecho de que el avance alcanzado por las varias áreas envolvidas, directa o indiretamente, con el cuerpo - queriendo o no -, promovieron una mejor inserción social de las personas con deficiencia.


Las personas con deficiencia tal vez no quieran más cargar su deficiencia, y sí, un cuerpo saludable, bonito, estéticamente atractivo, tal como las nuevas tecnologías han prometido. Para que todos vean que ahora ellas tienen un cuerpo, y no más la marca de una deficiencia incapacitante. Si antes, tal como nos coloca Tuchermann (1999), ellas eran los monstruos, los freaks que causaban miedo, horror, etc., hoy ellas se someten a la más variadas práticas proporcionadas por las técnicas biomédicas y, tanto puede someterse cuanto “desafiar su cultura, integrarse en ella, transcenderla” (id. ibid., p.140).


La búsqueda de otras miradas...


Mismo con todos los avances, estos discursos y representaciones que inviabilizaron/negaron/silenciaron los cuerpos y sexualidades de las personas con deficiencia, aún necesitan ser revistos a partir de perspectivas que tensionen su construcción. Esto porque mismo que ellos ya hayan sido construidos y reconstruidos a través de diferentes prácticas discursivas y representacionales, ellos aún “insisten” en tener prioridad y predominancia sobre los objetos de que hablan (en el caso, cuerpos y sexualidades “ideales”/“normales”). Tales discursos y representaciones constituyen, por así decir, valores y creencias que comienzan a entrar en choque con las discusiones que han sido llevadas a cabo en los últimos años por diversos sectores, sean ellos académicos (por ejemplo, podemos citar aquí, el multiculturalismo, las políticas de inclusión, las discusiones acerca de la diferencia y otras), o sociales en un sentido más amplio (la organización de las ONGs, la realización de las conferencias y reuniones mundiales que tratan de las cuestiones de las personas con deficiencia etc.).


Estos son, así, cuerpos y sexualidades que “insisten” en querer ocupar lugares y espacios que antes no eran ocupados o no podían ser ocupados por ellos con la misma “facilidad/aceptación” con la que hoy sucede. El cuerpo y la sexualidad de las personas con deficiencia empiezan, entoces, a dejar de ser algo inerte, invisible. Tal visibilidad tal vez asuste a aquellos que hasta entoces veían la persona con deficiencia (sea ella cual fuera) como poseedora de un cuerpo sin atractivos, asexuado, sin derecho al amor, enfin, como cuerpos que parecían no poder tener una función reproductiva (generar otro ser/vida).


Si antes estos cuerpos eran inventados/construidos de fuera para dentro, hoy ellos comiezan a ser (re)inventados/(re)construidos de dentro para fuera, lo que quiero decir, es que ahora son las propias personas con deficiencia que comienzan a utilizarse de discursos que los representan corporal y sexualmente. Ellas comienzan a imprimir nuevos sentidos a los discursos que hasta entoces hablaban de sus cuerpos y de su sexualidad. Lo que parece estar sucediendo con las personas con deficiencia, así como, con otras minorías (homosexuales, lésbicas, Mayores etc.), es que ellos parecen haber empezado a tener “vez y voz”, a través de las profundas transformaciones y reivindicaciones que se travaron entre ellos y la sociedad contemporanea en los últimos años.


Lo que busqué presentar en este texto fue apenas una de las miradas (en este caso la mía, como investigadora) sobre las representaciones y discursos, referentes al cuerpo y a la sexualidad de las personas con deficiencia. La idea era narrar (criar una narrativa) sin “ceder” a la marca (física) “imprimida”/visible o no en estos cuerpos. En otras palabras traté, por medio de estas incursiones, proporcionar un otro mirar sobre como son representados/presentados estos “cuerpos y esta sexualidad” en los días actuales.



REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS


  1. BAUMAN, Zygmunt. O mal estar da Pós-modernidade. Tradução de Mauro Gama e Cláudia Martinelli Gama. Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 1998.

  2. FOUCAULT, Michel. História da sexualidade I: a vontade de saber. Rio de Janeiro: Graal, 2003.

  3. LOURO, Guacira Lopes (org.); Tradução dos artigos: Tomaz Tadeu da Silva. O corpo educado: Pedagogias da sexualidade. Belo Horizonte: Autêntica, 1999.

  4. ORTEGA, Francisco. Da ascese a bio-ascese: ou do corpo submetido à submissão do corpo. In: REGO, Margareth; ORLANDI, Luiz B. Lacerda ; VEIGA-NETO, Alfredo (Orgs.). Imagens de Foucault e Deleuza: ressonâncias nietzschianas. Rio de Janeiro: DP&A, 2002. p. 139-173.

  5. PINEL, A.C. A restauração da Vênus de Milo: dos mitos à realidade sexual da pessoa deficiente. In:. RIBEIRO, Marcos (org.). Educação sexual: novas idéias, novas conquistas. Rio de Janeiro: Rosa dos Tempos, 1993, p. 307-325.

  6. SILVA, Tomaz Tadeu da. O Currículo como fetiche: a poética e a política do texto curricular. Belo Horizonte: Autêntica, 2001.

  7. TUCHERMANN, Ieda. Breve história do corpo e de monstros. Lisboa: Vega, 1999.

  8. WOODWARD, Jeffrey. Identidade e diferença: uma introdução teórica e conceitual. In: SILVA, Tomaz Tadeu da. (Org.). Identidade e diferença: a perspectiva dos Estudos Culturais. Petrópolis. RJ: Vozes, 2000. p. 07-72.



[1] Que posee como título: “Nem anjos, nem demônios: Discursos y representaciones de cuerpo y de sexualidad de personas con deficiencia en la Internet”. Tendo como orientador o professor Doutor Luís Henrique Sacci dos Santos.


*Texto tomado del Archivo Documental “Cuerpos, sociedades e instituciones a partir de la última década del Siglo XX en Colombia”. Mallarino, C. (2011 – 2016). Tesis doctoral. DIE / UPN-Univalle.


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